"Estaba locamente enamorado de ella pero nunca se lo dije,
siempre me arrepentí de no habérselo dicho pero,
si lo hubiera hecho, no hubiera gozado de ciertos favores."
Giacomo Casanova
Erase una vez una brujilla que vagaba sumida en la confusión. Pero no se trata éste de uno de esos cuentos en los que la bruja tiene una verruga y es la mala (bueno, quizás lo primero sí).
Como iba diciendo, la bruja vagaba sumida en la confusión y en su errático camino retornó, sin darse cuenta, al reino del que en realidad nunca partió. En ese reino, como en todo reino que se precie, había un príncipe, del que decían podía robar cualquier corazón. Ambos, bruja y príncipe, se conocían desde que podían recordar.
Un día nuestra brujilla se acercó hasta el castillo. Allí descubrió que el príncipe había conocido a una princesa de otras tierras. Escuchándole supo que ya poseía el corazón de la princesa, y que quizás, sin él saberlo, ésta casi poseía el suyo. Y entonces se sintió triste...
De vuelta a su hogar susurró un hechizo esclarecedor: quería saber qué era aquello que había nublado su mundo. Se sorprendió tanto con el resultado que pensó que lo había pronunciado mal... y lo repitió y buscó la respuesta de mil formas, pero al final todos: las cartas, los hechizos y hasta la bola de cristal, le mostraron la misma respuesta: "Lo siento brujita, te has perdido en sus ojos".
Un día mientras usaba su bola escuchó por azar una conversación:
- ¿Estás hechizado por la bruja? - decía el médico de palacio.
- ¡Calla! - respondía el príncipe, quizás temeroso de que alguien los escuchara.
Su corazón galopó al oír aquellas palabras... y por un momento soñó que todo era posible, quizás con razón, quizás sin ella.
Pero una bruja es una bruja, y un príncipe es un príncipe... y todo príncipe al final quiere a su lado una princesa y no una bruja. Así es y siempre será.
Hoy se cumplen dos años del momento en que decidió ocultar lo que había escuchado, temerosa de perder la amistad que tanto apreciaba. Hizo entonces un hechizo para esconder su identidad y así, en la oscuridad de la noche, poder susurrar aquello que no debe decirse, mientras sigue buscando esa luz al final del laberinto.
Y colorín colorado este cuento ¿se ha acabado?.
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